A MI ALREDEDOR

Fotografía de Robert Doisneau.

 

A MI ALREDEDOR

Cuando con 17 años me leí la novela de Skinner, Walden Dos, no lo hice con una visión de lo común, ni de lo cotidiano. Lo hice desde el punto de vista filosófico, sobre la socialización de los individuos. Hoy veo, que aquel experimento sociológico sobre una sociedad utópica, es uno de tantos esfuerzos de la humanidad por mejorar la sociedad desde lo cotidiano y donde es absolutamente inherente lo que compartimos en esa sociedad.

Cómo nos alimentamos, cómo nos educamos, como nos desarrollamos y evolucionamos. Cuando eres niño, adolescente, adulto y anciano. En el ámbito rural, en la ciudad, en nuestro hogar, en el de nuestros familiares, en un colegio, en un hospital, en un hotel, en una residencia de ancianos.

Yo, el de enfrente, mi amigo, aquel, las interacciones de las personas en su vida cotidiana modifican la nuestra. Ese espacio creado por el que pasa nuestro tiempo, pero siempre, ligado a alguien más. Lo común es innegociable en nuestra vida. La cuestión es cómo cada individuo se enfrenta a ese compartir incesable del día a día.

Cuando la arquitectura crea espacios, en muchas ocasiones lo crea pensando en las necesidades de un individuo o colectivos reducidos. Pero el conjunto de esos artefactos diseñados para una individualidad, crea los intersticios de lo común que a su vez son la inmensa mayoría de los espacios.

¿y si la arquitectura creara espacios para esta inmensidad de lo común y el individuo se esforzara por incorporar sus necesidades en ese común?

A esta amalgama de espacios solo nos queda por añadir el tiempo. Un tiempo que no es para todos igual, la velocidad de la sociedad se mide por estratos sociales, edades y formas de vida.

Pasear por el espacio común requiere de la flexibilización del mismo para que cada individuo lo pasee en el tiempo que corresponda, sin que el resultado de este paseo se la exclusión de alguno de nosotros de este espacio de todos.